Había una vez un pequeño conejo llamado Caimán. A diferencia de los otros conejos, Caimán tenía un suave cabello rubio que brillaba al sol, unos ojos verde esmeralda llenos de curiosidad y una piel de un tono medio y cálido. Vivía en un acogedor madriguera en el borde de un bosque frondoso, rodeado de flores silvestres y árboles altísimos. Caimán era un conejo juguetón y amigable, siempre dispuesto a compartir sus zanahorias y a contar chistes a sus amigos los pájaros.
Pero lo que hacía a Caimán verdaderamente especial era su increíble secreto: ¡podía volar! Nadie más en el bosque lo sabía, ni siquiera sus mejores amigos. Cuando nadie miraba, Caimán extendía sus pequeñas orejas, cerraba los ojos con fuerza y, con un gran esfuerzo, sentía cómo sus patitas se despegaban del suelo. Al principio, era solo un pequeño salto, pero con el tiempo, aprendió a planear entre las ramas de los árboles, a girar alrededor de las nubes y a sentir el viento acariciar su rostro.
Un día, una fuerte tormenta azotó el bosque, haciendo que el río creciera peligrosamente y amenazando con inundar las madrigueras de todos. Los animales estaban asustados y no sabían qué hacer. Caimán, viendo el peligro, decidió que era el momento de usar su don. Voló hasta la cima de la colina más alta y, con todas sus fuerzas, comenzó a aletear sus orejas, creando un remolino de viento que desvió la mayor parte del agua del río. Los demás animales quedaron asombrados al ver al pequeño conejo volar y salvarlos.
Fin ✨