
En la vasta y verde jungla del Jurásico vivía Roncancia, una dinosauria Brontosaurio de piel clara y ojos tan celestes como el cielo en un día despejado. Roncancia no era una dinosauria cualquiera. Poseía un don extraordinario, un superpoder que la hacía especial: la habilidad de curar. Con solo tocar a una criatura herida o enferma, Roncancia podía hacer desaparecer el dolor y devolverle la salud. Los animales de la jungla la querían y respetaban profundamente. Sabían que, sin importar cuán grave fuera una dolencia, Roncancia estaría allí para ayudar. Desde las pequeñas lagartijas con escamas raspadas hasta los imponentes Triceratops con espinas rotas, todos acudían a su refugio, un claro tranquilo rodeado de helechos gigantes y cascadas murmurantes. Un día, mientras exploraba cerca de un volcán inactivo, Roncancia escuchó un débil gemido. Siguiendo el sonido, encontró a un pequeño Pterodáctilo atrapado bajo una roca. Su ala estaba claramente rota y sus ojitos brillaban con miedo y dolor. Roncancia se acercó con infinita dulzura, su gran cabeza inclinada con preocupación. Con sus enormes patas, movió cuidadosamente la pesada roca, liberando al pequeño volador. Luego, con ternura, posó una de sus patas delanteras sobre el ala herida del Pterodáctilo. Una cálida luz celeste emanó de su piel, envolviendo al pequeño en un manto reconfortante. El Pterodáctilo sintió cómo el dolor se disipaba. Miró su ala, ahora perfectamente curada, y luego a Roncancia con gratitud inmensa. El pequeño voló un par de veces, comprobando su sanación, y emitió un trino agudo y feliz antes de ascender al cielo, prometiendo recordar siempre la bondad de la dinosauria curandera.

La noticia del rescate del Pterodáctilo se extendió como la pólvora por toda la jungla. Cada vez más animales acudían a Roncancia, no solo con heridas físicas, sino también con tristezas y miedos. Roncancia, con su paciencia infinita, escuchaba a cada uno, ofreciendo consuelo con sus palabras amables y, cuando era necesario, tocando sus corazones para aliviar la pena. Un grupo de pequeños Compsognathus llegó un día, temblando de miedo. Habían perdido su camino de regreso a casa y estaban aterrorizados. Roncancia los reunió, les habló con voz suave y calmada, disipando sus temores. Luego, usando su don, tocó a cada uno, infundiéndoles valentía y un sentido de dirección, asegurándose de que recordaran el camino seguro. También estaba el caso de un viejo Ankylosaurus, quien había perdido la alegría de vivir después de que una tormenta se llevara su árbol de bayas favorito. Roncancia pasó tiempo con él, compartiendo historias y recordando los días felices. Con un toque suave en su cabeza escamosa, le devolvió una chispa de esperanza y el deseo de buscar nuevas aventuras y nuevas bayas. Roncancia nunca pedía nada a cambio de sus curaciones. Su mayor recompensa era ver la sonrisa en los rostros de aquellos a quienes ayudaba y escuchar sus alegres sonidos. Sabía que su propósito era ser una fuente de sanación y bondad en su mundo. Sin embargo, su don no solo se trataba de curar dolencias físicas o tristezas profundas. Roncancia entendía que la verdadera curación venía de dentro, y su toque era a menudo un catalizador para que los animales encontraran su propia fuerza interior y resiliencia. Les enseñaba, sin palabras, la importancia de cuidarse mutuamente.
Un día, una terrible sequía azotó la jungla. Los ríos se secaron, las plantas comenzaron a marchitarse y los animales sentían sed y hambre. La desesperación comenzó a apoderarse de todos. Roncancia, aunque su poder era curar, sentía la angustia de su comunidad y quería ayudar de alguna manera. Recorrió la jungla buscando fuentes de agua, pero todo estaba seco. Se sentía impotente, ya que su don no podía hacer llover ni hacer brotar agua de la tierra. Se sentó junto a un árbol moribundo, sintiendo la tristeza general. De repente, tuvo una idea. Su poder no era hacer aparecer agua, pero tal vez podría inspirar a otros a trabajar juntos. Reunió a todos los animales, desde los más grandes hasta los más pequeños. Les habló con voz clara y fuerte, a pesar de su propia preocupación. "Amigos", dijo, "no podemos esperar a que la lluvia venga. Debemos encontrar una manera juntos. Mi don es curar, pero la fuerza de todos nosotros juntos puede lograr maravillas. Debemos cavar juntos en busca de agua, debemos compartir lo poco que queda y debemos cuidar unos de otros." Inspirados por su valentía y su sabia palabra, los animales se unieron. Trabajaron día y noche, cavando pozos en busca de agua subterránea, compartiendo cada gota. Roncancia, aunque no hacía crecer el agua, usaba su don para darles la fuerza y la resistencia que necesitaban para continuar. La jungla aprendió que la curación más profunda viene de la unidad, la esperanza y el esfuerzo conjunto de todos sus habitantes, demostrando que la verdadera fuerza reside en ayudarse mutuamente.

Fin ✨
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