En el corazón de la colorida Ciudad Peluda vivía Davinci La Gata, una gatita calicó Carey con un pelaje tan negro como la noche y unos ojos tan azules como el cielo de verano. Davinci no era una gata cualquiera; poseía un secreto asombroso: ¡supervelocidad! Podía correr tan rápido que parecía un borrón de colores mientras perseguía mariposas o jugaba al escondite con sus amigos. Aunque su velocidad era su rasgo más distintivo, Davinci tenía otra peculiaridad: era increíblemente golosa y, sorprendentemente, ¡amaba el brócoli! Mientras otros gatitos se relamían con el pescado o la crema, Davinci esperaba con ansias el momento en que su humana, la amable señora Elena, preparaba sus floretes verdes favoritos. El brócoli crujiente era su mayor debilidad. Un día soleado, mientras Davinci disfrutaba de su desayuno, algo inusual ocurrió. La señora Elena había dejado un plato lleno de deliciosos floretes de brócoli en la mesa de la cocina, justo para el almuerzo de Davinci. Pero cuando la señora Elena regresó después de un breve momento, el plato estaba vacío. ¡El brócoli había desaparecido! Davinci, con su instinto de detective gatuno y su velocidad insuperable, decidió que era hora de poner a prueba su superpoder. Tenía que encontrar ese brócoli. Se agachó, preparó sus patas traseras y, con un guiño cómplice a la señora Elena, salió disparada de la casa en una misión para recuperar el preciado vegetal. El viento silbaba a su alrededor mientras corría por las calles de Ciudad Peluda, su pelaje negro ondeando como una bandera al viento. Pasó junto a perros paseando, pájaros cantando y otros gatos jugando, pero su mirada estaba fija en su objetivo: ¡el brócoli perdido!
Su búsqueda la llevó a través del parque, donde los niños jugaban y las ardillas correteaban. Davinci, moviéndose como un relámpago, escaneó cada rincón. Vio un conejo asustado que se escondió en su madriguera, un perro persiguiendo su cola y un grupo de pájaros revoloteando sobre migas de pan. Pero ni rastro del brócoli. Frustrada pero no derrotada, Davinci continuó su carrera hasta el borde del bosque que rodeaba la ciudad. Los árboles eran altos y frondosos, y la luz del sol apenas se filtraba entre las hojas. Sabía que tenía que ser rápida y observadora. Se detuvo un momento para escuchar, sus grandes orejas azules moviéndose para captar cualquier sonido inusual. De repente, escuchó un ligero crujido proveniente de un arbusto cercano. Moviéndose sigilosamente, a pesar de su velocidad, se acercó al arbusto y asomó la cabeza. Allí, escondido entre las hojas, vio a un pequeño ratoncito gris, sentado junto a un florete de brócoli, intentando roerlo. El ratoncito, al ver a Davinci, se paralizó de miedo. Davinci, en lugar de enfadarse, sintió una punzada de compasión. Sabía lo hambriento que podía estar un pequeño ratón, y aunque el brócoli era su favorito, entendió que el ratoncito solo buscaba alimentarse. Con suavidad, Davinci se acercó y empujó el florete de brócoli hacia el ratoncito con su nariz. El ratoncito, agradecido, aceptó el regalo y desapareció rápidamente en la espesura del bosque. Davinci sonrió, sintiendo una satisfacción diferente a la de comer brócoli.
Con el corazón ligero, Davinci emprendió el camino de regreso a casa. No tenía el brócoli, pero había aprendido algo importante. Su supervelocidad no era solo para jugar o divertirse, sino que también podía usarla para ayudar y comprender a los demás. Al llegar a casa, la señora Elena la recibió con una sonrisa. Davinci le maulló suavemente y frotó su cabeza contra su pierna, como contándole su aventura. La señora Elena, entendiendo la mirada de su gatita, le rascó detrás de las orejas. Esa tarde, la señora Elena preparó otro plato de brócoli para Davinci. Mientras comía, Davinci se dio cuenta de que, aunque el sabor era delicioso, la sensación de haber hecho algo bueno por el ratoncito era aún más gratificante. Su velocidad le había permitido descubrir la bondad. Desde ese día, Davinci La Gata no solo era conocida por su velocidad, sino también por su gran corazón. Continuó disfrutando de su brócoli y corriendo por la ciudad, pero siempre estaba atenta a quienes pudieran necesitar una pequeña ayuda, demostrando que la verdadera grandeza no solo reside en la fuerza o la velocidad, sino en la compasión y la generosidad. Así, Davinci, la gatita golosa y veloz, aprendió que compartir y ser amable son superpoderes aún más valiosos que correr más rápido que el viento, y vivió feliz, siempre dispuesta a ayudar a quien lo necesitara en Ciudad Peluda.
Fin ✨