En el reino de Cristalina vivía la princesa Estrella, una joven de corazón noble y cabello tan rojo como el atardecer. Sus ojos, del color del cielo despejado, reflejaban la bondad que la caracterizaba. Estrella poseía un don extraordinario: podía comprender y hablar con todos los animales del bosque, un secreto que guardaba con cariño. Le encantaba pasar sus días explorando los senderos cubiertos de musgo y escuchando las historias que los pájaros compartían desde las copas de los árboles. Un día, mientras paseaba cerca del río plateado, escuchó un sollozo desconsolado. Siguiendo el sonido, encontró a un pequeño zorro con una pata atrapada en una vieja trampa de cazadores furtivos. El zorrito temblaba de miedo y dolor, incapaz de liberarse. Estrella se acercó con cautela, su voz suave y tranquilizadora. "No te asustes, pequeño", le dijo con dulzura, "estoy aquí para ayudarte". El zorro, sorprendido al ser comprendido, levantó la cabeza y la miró con ojos suplicantes. Estrella, recordando las enseñanzas sobre el amor al prójimo, se arrodilló y con delicadeza examinó la trampa. Con mucho cuidado y paciencia, logró abrir el mecanismo que aprisionaba la pata del zorrito. Una vez libre, el animal lamió la mano de la princesa en señal de gratitud, antes de escabullirse entre los arbustos, ya sin dolor. Estrella sintió una profunda alegría al haber aliviado el sufrimiento de otra criatura. Desde ese día, Estrella se dedicó aún más a proteger a los animales del bosque, recordándoles siempre la importancia de la amabilidad y el cuidado mutuo. Su don le permitía ser la voz de aquellos que no podían hablar por sí mismos, y su corazón rebosaba de la paz que brinda el ayudar a los demás, siguiendo el ejemplo de amor universal.
La noticia del rescate del zorro se extendió rápidamente entre los habitantes del bosque. Los animales, conscientes del poder de Estrella, comenzaron a buscar su ayuda para resolver sus propios problemas. Una familia de ardillas había perdido su reserva de nueces, y los cuervos se quejaban de un ruido extraño que perturbaba su descanso. Estrella escuchaba a cada uno con atención, ofreciendo palabras de consuelo y soluciones prácticas. Con la ayuda de un sabio búho, quien conocía los secretos del bosque, Estrella ideó un plan para recuperar las nueces. Guió a las ardillas a un claro escondido donde un generoso árbol de nogal había ofrecido su abundante cosecha. Les explicó cómo compartirían las nueces con otros animales necesitados, fomentando la generosidad. Para el problema de los cuervos, Estrella habló con los tejones, quienes vivían cerca y eran conocidos por su habilidad para cavar. Les preguntó si habían notado algo inusual, y descubrieron que el ruido provenía de un viejo molino abandonado cuyas aspas giraban con el viento. Estrella les explicó que el molino era solo una estructura vieja y que no representaba peligro. En cada situación, Estrella no solo resolvía el problema inmediato, sino que también impartía lecciones sobre la importancia de la comunidad, la paciencia y la empatía. Les recordaba que, así como Jesús enseñó a amar al prójimo, ellos debían cuidarse unos a otros y vivir en armonía. Los animales del bosque aprendieron a confiar en la bondad de Estrella y a valorar sus consejos. El bosque, antes lleno de preocupaciones, se convirtió en un lugar de cooperación y entendimiento, todo gracias a la princesa que sabía escuchar y actuar con amor y sabiduría.
Un día de fuerte tormenta, el pequeño conejito Saltarín se perdió mientras buscaba bayas para su familia. Asustado por los truenos y los relámpagos, se escondió debajo de un arbusto, temblando de frío y soledad. Su madre, desesperada, corrió a buscar a la princesa Estrella, sabiendo que ella podría ayudar. Estrella, sin dudarlo, se puso su capa más abrigadora y salió a buscar al conejito. Utilizando su don, preguntó a los pájaros y a las ardillas si habían visto a Saltarín. Un gorrión le indicó la dirección general donde lo había visto por última vez, asustado y corriendo hacia las profundidades del bosque. Siguiendo las indicaciones, Estrella se adentró en la espesura, llamando suavemente el nombre del conejito. El viento aullaba y la lluvia caía con fuerza, pero Estrella no se detuvo, impulsada por el deseo de ayudar. Recordó las palabras de Jesús sobre no dejar a ninguna oveja perdida. Finalmente, escuchó un débil gemido proveniente de debajo de un roble antiguo. Allí estaba Saltarín, empapado y aterrado. Estrella lo envolvió en su capa, le habló con palabras de aliento y le prometió que pronto estaría seguro en casa. El conejito, sintiendo el calor y la bondad de la princesa, se acurrucó contra ella. Al regresar al reino, la madre de Saltarín la recibió con lágrimas de gratitud. Estrella, al ver la felicidad de la familia reunida, sintió que su corazón rebosaba. Comprendió que su verdadero poder no era solo hablar con los animales, sino también extender el amor y la compasión a todos, demostrando que la bondad es el lenguaje universal que todos podemos entender y practicar, sin importar cuán grande o pequeña sea la criatura.
Fin ✨