
En el corazón de un reino resplandeciente, vivía la princesa María, una niña con una cabellera tan rojiza como el atardecer y ojos grises como las nubes antes de la lluvia. Su piel, de un tono medio envidiable, brillaba con la inocencia de la infancia. María no era una princesa cualquiera; poseía un don maravilloso, un secreto que guardaba con celo: la habilidad de conversar con todas las criaturas del reino animal. Desde el más diminuto escarabajo hasta el imponente león de la guardia real, todos entendían su dulce voz y ella, a su vez, comprendía cada maullido, trino o gruñido.

Un día, una gran tristeza se apoderó del reino. Las flores, normalmente vibrantes y perfumadas, comenzaban a marchitarse sin explicación, y el río cristalino perdía su brillo. Los sabios consejeros del rey no encontraban respuesta, y la preocupación crecía en el palacio. María, sintiendo la angustia de su pueblo, decidió que debía hacer algo. Con valentía, se adentró en el Bosque Encantado, un lugar del que se contaban leyendas, buscando ayuda en sus habitantes animales, quienes conocían los secretos más profundos de la naturaleza.
Al adentrarse, se encontró con un anciano búho sabio, el guardián del bosque. María le explicó la aflicción del reino. El búho, con sus grandes ojos amarillos, le reveló que la fuente de la vitalidad del reino, una antigua gema escondida en lo profundo del bosque, había perdido su luz porque un espíritu travieso la había cubierto con un velo de olvido. El búho le indicó que solo la bondad y el amor de un corazón puro, guiado por la sabiduría de los animales, podrían disipar el olvido. María reunió a todos los animales que encontró, desde los zorros astutos hasta los ciervos majestuosos, y juntos siguieron las indicaciones del búho hacia el lugar secreto.

Fin ✨
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