Marimar y la Montaña Hambrienta
Parte 1
En el Reino de los Susurros Verdes vivía la princesa Marimar, una niña cuyo cabello castaño brillaba como la miel al sol y cuyos ojos celestes reflejaban la alegría del cielo. Su piel clara era un lienzo para las pecas que aparecían cuando jugaba bajo el sol. Marimar no era una princesa cualquiera; era un torbellino de energía, siempre riendo y saludando a todos con una sonrisa radiante. Su risa era contagiosa, y su espíritu extrovertido la hacía la favorita de todos en el castillo y en las aldeas cercanas. Pero Marimar guardaba un secreto maravilloso: poseía una super fuerza asombrosa. Podía levantar rocas que dos hombres juntos apenas podían mover, y correr tan rápido que el viento la seguía. A veces, en secreto, usaba su fuerza para ayudar a los aldeanos, moviendo troncos caídos o levantando carretas atascadas, siempre con una sonrisa traviesa. Un día, una sombra de preocupación se cernió sobre el Reino de los Susurros Verdes. La Montaña Hambrienta, una montaña milenaria que se decía que siempre estaba satisfecha, comenzó a temblar y a rugir. Los cultivos se marchitaban, los ríos disminuían su caudal, y el ganado se debilitaba. Los sabios del reino murmuraban que la montaña estaba vacía y necesitaba ser alimentada, pero nadie sabía cómo. El rey, padre de Marimar, estaba desconsolado. Había convocado a los guerreros más fuertes y a los magos más poderosos, pero ninguno podía calmar a la montaña. Marimar, con su corazón valiente y su super fuerza, decidió que no podía quedarse de brazos cruzados mientras su reino sufría. Miró a su padre y con determinación dijo: "¡Yo iré a la Montaña Hambrienta!". Marimar se preparó para su aventura. Llevaba una pequeña mochila con agua y algunas frutas, y en su corazón, la valentía de un león. Cabalgó hacia la Montaña Hambrienta, y a medida que se acercaba, sentía la tierra vibrar bajo sus pies. El aire se volvía más denso y un gemido profundo emanaba de la montaña. Al llegar a su base, vio un gran agujero oscuro, como una boca abierta, que exhalaba un aire frío y seco.
Parte 2
Los aldeanos, con rostros preocupados, la habían seguido a una distancia segura, observando con asombro cómo la pequeña princesa se adentraba sola en la oscuridad. Marimar, sin dudar, entró en el hueco de la montaña. El interior estaba oscuro y polvoriento, pero Marimar, confiando en su fuerza, avanzó con paso firme. Escuchó murmullos y crujidos, y de repente, tropezó con algo duro y redondo. Al agacharse, se dio cuenta de que eran enormes rocas, cubiertas de musgo antiguo. Parecían rocas de comida que la montaña había estado tragando, pero eran demasiado pesadas y no la nutrían. La montaña necesitaba algo más. Marimar recordó las historias de su abuela, que decían que la montaña se alimentaba de la alegría y el trabajo de la gente. Se dio cuenta de que la gente del reino, asustada por la montaña, había dejado de cantar y trabajar juntos. Marimar, con un gran esfuerzo, levantó una de las rocas más grandes y la colocó a un lado. Luego, sintiendo la energía dentro de sí misma, comenzó a hacer lo que mejor sabía hacer: irradiar alegría. Empezó a tararear una vieja melodía del reino, y su voz resonó en la cueva. Luego, con su super fuerza, empezó a mover las rocas, creando patrones, como si estuviera limpiando la montaña. Su risa alegre llenó el espacio, y la montaña pareció responder a su energía positiva. Mientras Marimar movía las rocas y su risa resonaba, las paredes de la cueva comenzaron a brillar con una luz tenue. Los murmullos se hicieron más suaves, y el temblor de la montaña disminuyó. Parecía que la montaña estaba sintiendo la alegría y el esfuerzo de Marimar, algo que no había sentido en mucho tiempo. La princesa, agotada pero satisfecha, sabía que estaba en el camino correcto. Al salir de la montaña, Marimar encontró a los aldeanos esperándola ansiosamente. El sol brillaba con más fuerza, y un suave murmullo de alivio recorrió la multitud. La montaña, por primera vez en días, estaba en silencio. Marimar, sonriendo, les contó lo que había descubierto: la montaña necesitaba la alegría y el trabajo de su gente, no rocas inertes.
Parte 3
Inspirados por la valentía y el éxito de Marimar, los aldeanos decidieron unirse. Volvieron a sus campos con renovado vigor, cantando canciones de antaño. Los niños jugaban y reían, llenando el aire de felicidad. Marimar, usando su super fuerza, ayudó a reconstruir un viejo puente que había sido arrastrado por la sequía, y los aldeanos trabajaron a su lado, compartiendo comida y risas. Conforme la alegría y el trabajo volvían al reino, la Montaña Hambrienta comenzó a transformarse. El suelo a su alrededor se volvió más fértil, y los ríos empezaron a fluir con agua cristalina. Los árboles secos reverdecieron, y las flores silvestres brotaron en abundancia. La montaña ya no rugía; parecía sonreír, satisfecha con la energía positiva que la envolvía. El rey, al ver a su hija regresar sana y salva, y al ver la prosperidad que regresaba a su reino, abrazó a Marimar con orgullo. Se dio cuenta de que la verdadera fuerza no reside solo en los músculos, sino en la alegría, la unidad y la disposición a ayudar a los demás. La lección aprendida fue clara: la alegría y el trabajo en equipo pueden superar cualquier obstáculo, incluso la rabia de una montaña. Desde aquel día, el Reino de los Susurros Verdes prosperó más que nunca. Marimar siguió siendo la princesa alegre y extrovertida que era, pero ahora también era conocida como la princesa que alimentó a la montaña con el poder más grande de todos: el amor y la unidad de su gente. Y la Montaña Hambrienta, feliz y satisfecha, se convirtió en un símbolo de la fuerza y la felicidad colectiva.
Fin ✨
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