Ainohita y el Relámpago Rosa

Parte 1

En la vibrante ciudad de Colores Vivos vivía una niña extraordinaria llamada Ainohita. Con su cascada de cabello rosado como algodón de azúcar y sus ojos verde esmeralda que brillaban con picardía, Ainohita era una niña como ninguna otra. Pero lo que la hacía verdaderamente especial era su secreto: era una superheroína con el poder de la super velocidad. Podía correr más rápido que el viento, dejando tras de sí una estela brillante de energía rosa. Ainohita usaba su velocidad no solo para jugar a las escondidas con la rapidez de un rayo, sino también para ayudar a quienes lo necesitaban. Si un gatito se quedaba atrapado en un árbol, Ainohita estaba allí en un instante para rescatarlo. Si un caramelo se caía al suelo, ella lo recogía antes de que tocara el polvo. Su corazón era tan grande como su velocidad, y siempre estaba lista para una aventura que implicara hacer el bien. Un día soleado, mientras corría por el parque dejando huellas invisibles en la hierba, escuchó un llanto lejano. Era el sonido de alguien en apuros. Sin dudarlo, Ainohita aceleró, su figura rosada desdibujándose en el aire. Su velocidad le permitía cubrir grandes distancias en segundos, evaluando la situación antes de que alguien pudiera siquiera pestañear. El sonido venía de la colina del Gran Roble, donde el río serpeaba y el peligro a menudo acechaba. Al llegar, vio a un pequeño erizo, llamado Eri, que se había caído en el río y las corrientes lo arrastraban rápidamente. Eri intentaba desesperadamente aferrarse a una hoja, pero el agua era demasiado fuerte. Su pequeña voz de espinas apenas se oía por encima del rugido del agua. Ainohita supo que tenía que actuar rápido, su super velocidad era su mayor aliada en este tipo de emergencias. Sin perder un instante, Ainohita se lanzó. Su silueta rosa se convirtió en un borrón alrededor de Eri, creando un torbellino controlado que disminuyó la fuerza de la corriente a su alrededor. Luego, con una suavidad sorprendente para su velocidad, recogió a Eri con cuidado, llevándolo a la orilla segura, donde el pequeño erizo temblaba pero estaba a salvo.