
Leo era un niño con cabello rubio como los rayos del sol y ojos marrones tan profundos como el universo. No era un niño cualquiera, ¡Leo era un astronauta! Su traje espacial brillaba con destellos plateados, y su casco reflejaba las nebulosas distantes. Aunque su nave era pequeña y no volaba tan rápido como las naves de los adultos, Leo tenía una misión muy especial que nadie más podía cumplir. Su cuerpo pálido y sus mejillas sonrosadas siempre estaban llenos de una energía curiosa y bondadosa. Con su imaginación, Leo podía viajar a galaxias lejanas, explorando planetas desconocidos y maravillándose con cada descubrimiento.

Un día, mientras navegaba cerca de la Nebulosa de los Susurros Cósmicos, Leo escuchó un lamento. Provenía de un pequeño planeta verde con anillos dorados. Al acercarse, descubrió a una criatura pequeña y escamosa, temblando de dolor. Tenía una herida en su aleta, y parecía muy asustada. Los ojos de la criatura eran grandes y redondos, llenos de lágrimas que brillaban como diminutas estrellas. Leo sintió una punzada de compasión en su corazón. Sabía que tenía un don especial, un superpoder que lo hacía diferente. Su superpoder era curar.
Con cuidado, Leo extendió su mano brillante hacia la criatura. Una suave luz dorada emanó de sus dedos, envolviendo la herida. La criatura dejó de temblar y un pequeño suspiro de alivio escapó de su boca. En segundos, la herida se cerró, sin dejar rastro. La criatura miró a Leo con gratitud infinita y emitió un sonido alegre que resonó en el vacío. Leo sonrió, sintiendo la calidez de su propio poder. Aprendió que incluso el más pequeño de los astronautas puede hacer una gran diferencia, y que la bondad y la curación son los superpoderes más valiosos del universo. Desde ese día, Leo viajó por el cosmos, dejando a su paso planetas más felices y estrellas que brillaban con más fuerza gracias a su toque sanador.

Fin ✨
Dale vida a tus ideas con personajes únicos, poderes y aventuras llenas de magia