Abby era una niña astronauta con un secreto maravilloso: ¡tenía superfuerza! Pero no era una superfuerza cualquiera, la usaba con el corazón lleno de amor por la belleza del universo. Su cabello negro como la noche, sus ojos marrones profundos como galaxias lejanas y su piel de tono medio parecían brillar con la emoción de cada nueva aventura. Cuando no estaba explorando las estrellas, Abby amaba practicar ballet en gravedad cero, imaginando que flotaba entre nubes de algodón de azúcar cósmico. Le encantaba admirar las flores exóticas de planetas distantes, flores que cantaban melodías suaves y cambiaban de color con cada pensamiento. Los atardeceres en otros mundos eran espectáculos de luz que la dejaban sin aliento, pintando el cielo con tonos que ningún artista en la Tierra podría replicar. Abby soñaba con princesas espaciales, unicornios que surcaban la Vía Láctea y mariposas con alas de polvo de estrellas.
Un día, mientras exploraba el planeta Lumina, Abby descubrió un problema alarmante. Las hermosas flores que habían adornado el paisaje de Lumina, flores que solían brillar con luz propia y emitir dulces fragancias, habían comenzado a apagarse. Su brillo disminuía, y con él, la alegría del planeta. Los pequeños habitantes de Lumina, criaturas parecidas a duendes luminosos, estaban muy tristes. Le contaron a Abby que la 'Flor de la Alegría', la más grande y brillante de todas, estaba perdiendo su luz, y con ella, la felicidad de Lumina. Abby, sintiendo la pena de estas pequeñas criaturas, decidió que debía hacer algo.
Recordando la fuerza que llevaba dentro, Abby se dirigió hacia la Flor de la Alegría. La flor era inmensa, con pétalos que alguna vez habían iluminado toda la región. Al llegar, vio que una gran roca cósmica se había posado sobre sus raíces, bloqueando la energía vital que la alimentaba. Sin dudarlo, Abby usó su superfuerza. Con un esfuerzo concentrado, empujó la pesada roca, liberando las raíces de la flor. Lentamente, un cálido resplandor comenzó a emanar de la Flor de la Alegría, y con ella, todas las demás flores del planeta Lumina recobraron su brillo. La alegría volvió a inundar el planeta, y los duendes luminosos celebraron con danzas y cantos. Abby, viendo la felicidad que su acto había traído, se dio cuenta de que la verdadera fuerza no solo reside en la capacidad de mover montañas, sino en usar esa fuerza para ayudar a otros y devolver la luz a quienes la han perdido, como una mariposa trayendo color a un jardín apagado. Aprendió que la bondad y la valentía, unidas a la fuerza, pueden iluminar el universo entero.
Fin ✨