Mateo y el Jardín de las Sonrisas

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ine telio
ine telio
10/11/2025INICIAL
Mateo era un niño muy especial, no solo por su cabello negro azabache y sus ojos marrones llenos de
Inicio del Cuentito

Parte 1

Mateo era un niño muy especial, no solo por su cabello negro azabache y sus ojos marrones llenos de curiosidad, sino por un don extraordinario que guardaba en su corazón: la habilidad de curar. Cuando un pajarito se lastimaba un ala, Mateo posaba sus pequeñas manos y, con un suave brillo, el ala sanaba. Si un amigo se caía y se raspaba la rodilla, Mateo acercaba sus palmas y el dolor desaparecía, dejando solo una ligera cosquillita. Su piel clara siempre parecía irradiar una luz cálida, como si llevara consigo el sol de la mañana. Aunque aún era un niño, su gran corazón y su poder lo convertían en el protector de todos en su pequeña aldea. Todos lo querían por su bondad infinita y su sonrisa contagiosa que siempre aparecía cuando ayudaba a alguien. Vivía en una casita acogedora, justo al borde de un bosque frondoso. Su habitación estaba llena de dibujos de flores y animales, y en el alféizar de su ventana, siempre había un pequeño ramo de margaritas que él mismo había cultivado y curado de una mala racha de sol. Mateo amaba la naturaleza, y sentía que las plantas y los animales le hablaban, contándole sus penas y alegrías. En las tardes soleadas, se sentaba bajo el gran roble del jardín, escuchando el murmullo del viento entre las hojas, sintiendo la energía de la tierra bajo sus pies. Imaginaba que cada brizna de hierba y cada pétalo de flor eran como pequeños seres que necesitaban su cuidado y su cariño. Por eso, su jardín era el más verde y florido de toda la comarca. Un día, una sombra de tristeza comenzó a extenderse sobre la aldea. Las flores del jardín de la plaza, las que solían alegrar a todos con sus vivos colores, empezaron a marchitarse misteriosamente. Las sonrisas en los rostros de los aldeanos se desvanecieron poco a poco, reemplazadas por gestos de preocupación. El aire se sentía pesado y el sol parecía brillar con menos intensidad. Los niños dejaron de jugar en la plaza y los adultos se miraban unos a otros con rostros sombríos. Nadie entendía qué estaba sucediendo, pero todos sentían la opresión en el pecho. Mateo, al ver la tristeza que invadía a su gente, sintió una punzada en el corazón. Sabía que debía hacer algo. Reunió en su pequeña mochila unas semillas mágicas que guardaba de un viejo viajero, un puñado de agua del arroyo más puro y su inseparable libro de hierbas curativas. Se despidió de su madre con un fuerte abrazo, prometiendo devolver las sonrisas a la aldea. Con determinación en sus ojos marrones y el poder de curación listo para ser usado, emprendió el camino hacia la plaza, decidido a descubrir la causa de esta aflicción. Al llegar a la plaza, vio el desolador panorama. Las rosas estaban mustias, los tulipanes inclinados y hasta el gran árbol central parecía haber perdido su vitalidad. Mateo se arrodilló, colocó sus manos sobre la tierra seca y cerró los ojos. Concentró toda su energía curativa, enviando un rayo de luz cálida a través de sus dedos. Suspiró profundamente, deseando con todas sus fuerzas que la vida regresara a cada pétalo y a cada hoja. Lentamente, un tenue color comenzó a reaparecer en los tallos marchitos, y un ligero aroma dulce flotó en el aire.

El primer brote de esperanza apareció en una pequeña margarita que, desafiante, estiró sus pétalos b
Desarrollo del Cuentito

Parte 2

El primer brote de esperanza apareció en una pequeña margarita que, desafiante, estiró sus pétalos blancos hacia el cielo. Mateo sonrió, animado por el primer signo de éxito. Continuó su labor, acariciando cada flor, cada planta, infundiendo su poder curativo. El brillo que salía de sus manos se hizo más intenso, y la tierra bajo sus palmas comenzó a humedecerse, como si estuviera llorando de alivio. Pronto, los colores vibrantes regresaron a la plaza: los rojos intensos de las amapolas, los amarillos alegres de los girasoles y los púrpuras profundos de las lavandas. El aire se llenó de una fragancia exquisita, disipando la pesadez. Los aldeanos, al ver el milagro desplegarse ante sus ojos, salieron de sus casas con asombro. Las caras antes sombrías se iluminaron con sonrisas radiantes. Los niños corrieron hacia la plaza, riendo y señalando las flores resplandecientes. El sonido de sus risas se unió al zumbido de las abejas que regresaban, atraídas por el dulce néctar. El aire se sentía ligero y fresco de nuevo, lleno de vida y energía positiva. La plaza, antes un símbolo de desánimo, se había transformado en un lienzo de alegría y color, gracias al don de Mateo. Mateo, agotado pero feliz, observaba la escena. Vio a un anciano que cojeaba con ayuda de un bastón, sentarse en un banco y sonreír al ver las flores. Vio a una anciana que siempre parecía preocupada, reír mientras contaba algo a sus nietos. Vio a un niño que se había caído el día anterior, correr y saltar entre los arbustos de rosas, completamente curado y olvidando su dolor. El poder de Mateo no solo revivía las plantas, sino que también aliviaba las preocupaciones y dolencias de las personas, devolviendo la esperanza y la felicidad a sus corazones. Se acercó a la fuente en el centro de la plaza, donde el agua solía estar turbia y estancada. Con un último esfuerzo, tocó el agua con sus manos. Un remolino de luz lo envolvió, y el agua de la fuente comenzó a burbujear y a aclararse hasta convertirse en un cristalino espejo. El reflejo le mostró el rostro de la aldea renovada, llena de vida y color, y la imagen de su propia sonrisa, brillante y satisfecha. La fuente restaurada comenzó a cantar con el sonido del agua cristalina al caer. Las flores brillaban bajo la luz del sol y el ambiente de la plaza era de pura celebración. Los aldeanos se reunieron alrededor de Mateo, agradecidos por su valentía y su generosidad. Los niños lo abrazaron y le regalaron dibujos de flores y soles. Mateo sintió una profunda alegría al ver que su don había traído tanta felicidad y bienestar a su comunidad. Sabía que siempre estaría ahí para ayudar.

Parte 3

Después de ese día, Mateo se convirtió en el guardián de las sonrisas de la aldea. No solo curaba las heridas físicas, sino que también ayudaba a sanar los corazones tristes. Si alguien se sentía decaído, Mateo le ofrecía una flor especialmente cuidada de su jardín, o le contaba una historia sobre la valentía de las pequeñas semillas que se convierten en grandes árboles. Su presencia traía consigo una ola de calma y optimismo. Aprendió que el verdadero poder no estaba solo en sanar el cuerpo, sino en infundir esperanza y alegría. Los aldeanos, inspirados por Mateo, comenzaron a cuidar más de su entorno. Plantaron más flores en sus jardines, mantuvieron limpias las calles y compartieron sus alegrías y tristezas. Se dieron cuenta de que, así como Mateo sanaba las plantas, ellos también podían cultivar la bondad y el cuidado mutuo. La aldea se transformó en un lugar donde la generosidad florecía tan abundantemente como las rosas de la plaza. La preocupación dio paso a la colaboración, y la soledad fue reemplazada por la compañía. Mateo, a pesar de tener un don extraordinario, nunca dejó de ser un niño humilde. Le encantaba jugar a la pelota con sus amigos, leer cuentos y ayudar a su madre en las tareas del hogar. Sin embargo, siempre estaba atento a cualquier necesidad. Si escuchaba un llanto lejano o veía una sombra de preocupación en un rostro, sabía que su ayuda era requerida. Su habilidad para curar era un regalo que usaba con responsabilidad y amor, siempre con una sonrisa en los labios. Con el tiempo, la historia de Mateo y su jardín de las sonrisas se extendió por toda la comarca. Viajeros curiosos llegaban para ver las maravillosas flores y para conocer al niño con el poder de sanar. Mateo los recibía a todos con amabilidad, compartiendo su don y su filosofía de vida: que la bondad y el amor son las medicinas más poderosas que existen. Les enseñaba que, aunque no todos tuvieran su superpoder, todos poseían la capacidad de ser amables, de ayudar y de hacer sonreír a los demás. Al caer la tarde, Mateo se sentaba junto a su ventana, contemplando su jardín iluminado por la luna. Las flores brillaban con un resplandor suave y pacífico. El aire estaba lleno de la dulce fragancia de la noche. Sabía que cada día era una oportunidad para hacer el bien, y que el amor y la empatía eran los superpoderes que todos compartían. La lección que Mateo aprendió y que compartió con todos era que, al cuidar unos de otros y de la naturaleza, creamos un mundo donde la felicidad y la sanación siempre encuentran un camino, como flores que buscan la luz.

Después de ese día, Mateo se convirtió en el guardián de las sonrisas de la aldea. No solo curaba la
Final del Cuentito

Fin ✨

Detalles del Cuentito

Protagonista:Mateo
Categoría:
Tipo de personaje:
Superpoder:
Estilo:

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