
En la tranquila ciudad de Villa Sombra, vivía un profesor llamado Edgar. Edgar era un hombre amable, con el cabello tan negro como la noche y unos ojos marrones que brillaban con inteligencia. Su piel era de un tono medio, y aunque llevaba una vida apacible enseñando en la escuela del pueblo, guardaba un secreto extraordinario: poseía el don de la telequinesis. Podía mover objetos con la mente, un poder que había mantenido oculto, usándolo solo para pequeñas travesuras o para facilitar las tareas más pesadas en su estudio. Los libros, por ejemplo, a menudo se ordenaban solos en sus estanterías, o un lápiz rebelde saltaba a su mano sin que él lo tocara. A sus alumnos les parecía un profesor un poco peculiar, pero muy querido, con esa aura de misterio que lo envolvía. Un día, algo inusual comenzó a suceder en la biblioteca del pueblo. Los libros, sin explicación alguna, empezaron a flotar. Primero fueron solo unos pocos, que se elevaban suavemente de sus estantes y se quedaban suspendidos en el aire, creando un espectáculo mágico y desconcertante. Los bibliotecarios, un matrimonio mayor llamado los Sra. y Sr. Pereda, estaban atónitos. Los rumores corrieron como la pólvora por Villa Sombra. Algunos decían que era obra de fantasmas, otros, que la biblioteca estaba embrujada. Los niños, sin embargo, estaban fascinados, imaginando mundos de fantasía donde los libros cobraban vida. Edgar, al escuchar las historias, sintió una punzada de curiosidad mezclada con una ligera preocupación. Sabía que este tipo de eventos extraños, si no se manejaban con cuidado, podían generar miedo e incomprensión. Decidió que era el momento de usar su don no solo en secreto, sino para ayudar y explicar, para desmitificar lo desconocido y traer calma a su querida Villa Sombra.

Edgar se dirigió a la biblioteca esa tarde, con el corazón latiendo un poco más rápido de lo normal. Al entrar, el espectáculo era aún más impresionante que en las descripciones. Cientos de libros, de todos los tamaños y colores, danzaban en el aire, formando espirales silenciosas y giros delicados. La Sra. y el Sr. Pereda observaban desde la puerta con los ojos muy abiertos, sin saber qué hacer. Sin dudarlo, Edgar se adentró en la sala principal, caminando con paso firme entre los volúmenes flotantes. Con un pensamiento sutil, comenzó a guiar suavemente los libros. No quería hacerlos caer ni desordenarlos más, sino atraerlos con delicadeza hacia el centro de la sala. Era como dirigir una orquesta silenciosa, cada libro una nota en su mente. Los Pereda, al ver que los libros no se estrellaban contra el suelo, sino que se movían de forma controlada, comenzaron a relajarse. Edgar les dedicó una sonrisa tranquilizadora y les hizo una seña para que se acercaran. Pronto, los libros estuvieron agrupados en un gran círculo en el centro de la habitación, flotando armoniosamente. "No teman", dijo Edgar con voz calmada, mientras sostenía un libro en el aire con su mente, "esto no es magia oscura, ni fantasmas. Es simplemente... una fuerza que debemos entender". Miró a los ojos asustados de los bibliotecarios y luego a los niños curiosos que se habían asomado por la puerta. Decidió que era hora de ser honesto, al menos un poco. Con un movimiento de su mano, hizo que un pequeño libro de cuentos para niños descendiera suavemente y aterrizara en las manos temblorosas de la Sra. Pereda. "Tengo un pequeño secreto", continuó, "una habilidad especial que me permite interactuar con el mundo de una manera diferente. Y estoy seguro de que podemos usar esta habilidad para averiguar por qué los libros decidieron hacer esta fiesta hoy."
La confesión de Edgar, combinada con su demostración, sembró la semilla de la confianza. Pronto, los niños más valientes se acercaron, rodeando el círculo de libros flotantes con asombro y admiración. Edgar, con una sonrisa, les pidió que pensaran en un libro que les gustara mucho. Uno a uno, los niños pensaron en sus historias favoritas, y Edgar, con su telequinesis, hizo que esos libros descendieran suavemente hacia ellos. Fue un momento de pura alegría. Los niños rieron mientras sus libros elegidos aterrizaban en sus manos como regalos del cielo. Edgar explicó, usando analogías sencillas, que a veces las cosas parecen inexplicables hasta que encontramos una razón o una persona dispuesta a ayudar. Les habló de cómo cada uno de nosotros tiene habilidades únicas, y que la verdadera magia está en usarlas para el bien y para ayudar a los demás. Pasaron el resto de la tarde así, con Edgar guiando suavemente los libros, los niños pidiendo sus favoritos y los bibliotecarios, ahora mucho más tranquilos, observando con una sonrisa. Se dieron cuenta de que la causa del misterio no era una fuerza maligna, sino quizás la sobrecarga de energía creativa o la necesidad de atención de un lugar especial, que Edgar, con su empatía y su don, había sabido interpretar. Cuando el sol comenzó a ponerse, Edgar hizo que los libros descendieran lentamente de regreso a sus estantes, cada uno aterrizando en su lugar con una suavidad digna de un sueño. El silencio volvió a la biblioteca, pero ahora estaba lleno de una nueva comprensión y una sensación de comunidad. Los Pereda agradecieron a Edgar de corazón, y los niños se fueron a casa contando la increíble historia del profesor que hacía bailar los libros. Desde ese día, Edgar no solo fue un profesor querido, sino también el guardián secreto de los pequeños misterios de Villa Sombra. Aprendieron que lo desconocido no siempre es aterrador, y que la curiosidad, la empatía y el uso de nuestros talentos únicos para ayudar, pueden convertir hasta el misterio más extraño en una hermosa lección de coraje y conexión.

Fin ✨
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